¿Qué pasa con las dietas?¿Por qué nunca funcionan? ¿Por qué contra más me obceco en seguir una, más ansiedad tengo?. Quizás las dietas resultan una jaula de oro, una sutil trampa tentadora en la que caemos sin remedio, sentenciadas ya desde el principio y sin saberlo, a fracasar estrepitosamente, pero ¿por qué?
Parece que cuanto más nos empeñamos en hacer una dieta, más difícil se nos hace ceñirnos a ella, y tras algunos días de esfuerzo, acabamos por tirar la toalla. Como si de un tornado se tratara, aspiramos todo lo que encontramos a nuestro paso, en un acto de furia y descontrol, que consideramos casi legítimo por el esfuerzo realizado, y que frustra todo intento de lograr alcanzar una meta, que finalmente, resulta demasiado lejana.
¿Por qué siempre acaba igual esta película? Y lo peor de todo, ¿estamos favoreciendo con nuestro comportamiento compulsivo poder desarrollar hábitos obsesivos y autolesivos que puedan acabar derivando en trastornos alimentarios, de ansiedad o incluso depresivos? Ya os digo yo que ciertamente, es una posibilidad.
¿Por qué no funcionan?
Las dietas están basadas en el control y en el sacrificio, es decir, que mientras comer nos supone un supremo placer, comparable a muy pocas cosas en la vida, realizar una dieta representa el anticristo de ese placer, es decir, el sufrimiento, la abstinencia y la represión. Aquí ya tenemos el primer hándicap a superar, el primer gran error que nos llevará al fondo del pozo. Si comer representa el disfrute, y la dieta la renuncia, ya no vamos a llegar a buen puerto, además de invertir gran cantidad de esfuerzo y recoger mucha frustración.
La propuesta que os hago es justo la opuesta, es decir, centrarnos en una dieta que nos proporcione un placer supremo.
Otro motivo por el cual las dietas no funcionan es por las prohibiciones. Contra más me prohíbas más voy a desearlo. Y algo que no tenía en mente, ahora no puedo quitármelo de la cabeza. Ya sabes, “No pienses en un oso blanco” (he dicho que no te lo imagines!) Lo ves? Nada peor que la represión para lograr el efecto contrario. La forma más fácil de lograr perder el control sobre un alimento es prohibirlo de forma tajante. Así favorecemos el efecto atracón. Me restrinjo muy severamente respecto a un alimento hasta que no puedo más (porque la restricción hace que lo tenga continuamente presente, que me genere ansiedad y fuertes deseos de consumirlo) y finalmente me atraco sin piedad con él. ¿A alguien le suena hacia dónde podemos ir? Se llama bulimia y tiene una tasa de mortalidad del 5%, aunque la padecen muchas más mujeres.
Otro de los motivos por los cuales no funcionan las dietas es la eliminación del placer, del repertorio vital de uno. Es decir, la dieta es una restricción del placer, que a menudo se va proyectando en otras áreas de la vida de uno hasta que la idea de sacrificio inunda varias parcelas, como la social o la interpersonal. Sin placer no se puede vivir y por lo tanto, la dieta está ineludiblemente orientada al fallo.
Otra causa de hundimiento es la polaridad del todo o nada. Pensamos que cuando hacemos una dieta, o la hacemos a la perfección, o no ha servido de nada. Si un día transgredimos, ya nada del esfuerzo anterior es válido. Lo he estropeado todo y por lo tanto, me puedo abandonar al placer del exceso. Si partimos de la base de que la perfección no existe (de verdad, se que puede ser una decepción para algunos pero podéis creerme en que no es un concepto real) y que por lo tanto, es imposible ceñirse al 100% y en todo momento a nuestra magnífica dieta, podemos leer entre líneas que el naufragio está servido. Buscando la perfección buscamos un listón imposible de saltar, no porque seas torpe o te falte fuerza de voluntad, si no porque es demasiado alto para cualquier mortal.
Por último, el concepto de ayuno y su significado fisiológico. Ayunar lesiona el cerebro y lo condiciona, ya que nos volvemos más depresivos y ansiosos. Reaccionamos más agresivamente ante cualquier síntoma de estrés y nuestro mundo se torna más hostil. Es un concepto adaptativo originario de cuando necesitábamos comer para sobrevivir. Si no había comida, agudizábamos nuestros sentidos a base de afinar las percepciones. El cerebro, con la falta de alimentos, se vuelve perverso y sensible. Nos ponemos a la defensiva y saltamos con poco. Físicamente también tiene sus consecuencias, como un enlentecimiento del metabolismo (lo cual dificulta el adelgazamiento, por cierto), ataques de hambre compulsivos, y necesidad de atracones. La anorexia es la consecuencia estrella de esta manera de “hacer dieta”. Ya sabéis de ella más de lo que querríamos.
Y por último me gustaría hacer mención a los cánones de belleza actuales, que nos exigen un físico digno de una bella escultura griega (ellas no comen). A ello hay que sumarle el consumismo y la falsa verdad de “puedes conseguir todo lo que quieras sin apenas esfuerzo: os hablo de las píldoras milagro, las dietas fáciles y rápidas, productos farmacéuticos que prometen el oro y el moro… Si confiamos todo el resultado a factores externos que nos “van a solucionar el problema” mientras nosotros dormimos o tomamos el sol, acabaremos con la conclusión de que nosotros no somos capaces, por nosotros mismos, de hacerlo. Error garrafal, ya que no hay nadie más que pueda hacerlo, que tu mismo. Si perdemos eso, lo perdemos todo.
Hasta aquí el porqué no funcionan las dietas. Pero os estaréis preguntando… …¿y ahora que? ¿Cuál es la alternativa que sí funciona? Vamos allá:
La dieta paradójica.
Se basa en un protocolo de intervención probado con éxito en más de 7 mil casos. Se basa en el principio de placer elaborado por el Dr. Georgio Nardone, padre de la Terapia Estratégica, y surgió en la investigación y afrontamiento de los trastornos de alimentación y de ansiedad con la comida. Hoy en día se utiliza exitosamente también en los casos de problemas alimentarios no patológicos. Es decir, para conseguir tu peso ideal sin obsesionarte ni enfermar de ansiedad.
A grandes trazos, la idea es comer todo lo que desees, repartido en las tres comidas principales del día. La indicación sería: “Come solamente lo que deseas y te gusta más, pero solamente en las 3 comidas principales; desayuno, comida y cena”.
De esta manera, mantenemos el placer en su máximo nivel, ya que podemos comer todo lo que nos gusta, y por otro lado, eliminamos los atracones y las tentaciones ya que ahora son solo una elección voluntaria. Toda saturación cansa, y por lo tanto, tras tres días de pizza intensiva, ya no apetece tanta pizza. Apetece solo cuando la prohibimos. El miedo a engordar es el que hace que no nos planteemos estas brillante solución, que os aseguro que funciona. Si te concedes lo que deseas, en poco tiempo ya no lo deseas y puedes pasar a comer alimentos más sanos por decisión propia, sin ansiedad y con placer.
Tras una primera fase de saturación, pasamos a añadir algo de ejercicio físico y de hábitos alimentarios saludables.
Una instauración progresiva más una habituación y el éxito está asegurado!
Recordad, como decía un sabio: “Puedo resistirlo todo menos la tentación”. Oscar Wilde.
Ángela Gual.