El extenso acceso a las redes sociales que tenemos hoy en día ha cambiado por completo nuestra forma de relacionarnos.
La tecnología debería mejorar nuestra vida y no convertirse en nuestra vida.
Tanto hombres como mujeres se han ido acomodando a la interacción social y relacional a través de las redes, evitando así la exposición al rechazo y al juicio de los demás. Sería una idea fantástica si esta herramienta nos facilitara el contacto inicial para poder después encontrarnos en la vida real con las personas que las redes nos han ayudado a “pescar”, y así culminar a través de los sentidos lo que hemos captado a partir de letras y dígitos.
Desgraciadamente la tendencia nos lleva cada vez más hacia las relaciones virtuales, en detrimento de las presenciales, evitando así los riesgos emotivos, transformándolos en verdaderas amenazas, y por lo tanto, descartándolas. (no relación- no peligro).
Así acabamos transformando una interacción en una relación.
Esta situación es mucho más grave de lo que pueda parecer a simple vista, ya que el hecho de que nuestros niños y jóvenes se aíslen en las redes y hayan crecido reduciendo drásticamente sus experiencias directas con los demás genera una falta de experiencias reales que no les permite desarrollar las competencias relacionales que se forman gracias a las dinámicas interpersonales de intimidad, de desencuentro, de rechazo, de atracción, de compartir o de rivalizar, de placer o de dolor, de miedo o de valor.
Son estas las experiencias reales que llevan a las personas a desarrollarse, a crearse una identidad personal y sobre todo a aprender a gestionar las emociones primarias de forma funcional y efectiva.
De esta forma, el estancamiento en la comunicación y en la relación social a través de las redes de forma cada vez más exclusiva provoca muchas formas de patología mental además de este sufrir en lugar de gestionar las propias emociones. De timidez extrema a dependencia compulsiva a internet, de trastornos de ansiedad y pánico por el miedo a enfrentarse a la vida real (que genera la evitación de lo real en redes) a dificultades relacionales en todos sus términos.
Volviendo al arte de la seducción, y a cómo la evolución tecnológica nos está llevando a evitar la realidad, podemos observar que los arcaicos “cazadores” es decir, el clásico rol masculino a la hora de cortejar a una mujer, esos hombres seguros de si mismos que se lanzaban a la expedición sin demasiados reparos, están ahora en extinción total por el miedo al rechazo y a no sentirse a la altura. Así se han ido transformando en “recolectores”, que solo se lanzan después de haber recibido multitud de señales de aprobación, claras y evidentes. Que evitan cualquier iniciativa de propuesta por el miedo a verse envuelto en una relación emotiva que no saben manejar. Que se abstraen a la comunicación y relación a través de las redes para evitar al máximo posible los peligros de la exposición y el rechazo.
Lo peor es que ambos roles serán un fracaso para consolidar una relación duradera: El cazador, por su naturaleza galante y conquistadora, no será fiable, y el recolector, que habrá sido una presa fácil para alguna mujer dominante y decidida, en poco tiempo será rechazado por la inevitable desilusión de ella al evidenciar la incapacidad de éste de mantenerse firme en los conflictos de la vida diaria.
Por suerte o por desgracia, la realidad es insustituible, ya que los canales a través de los cuales fluyen las sensaciones poco tienen que ver con los canales cognitivos a través de los que se construyen los mensajes de texto.
Las sensaciones que provoca el tacto real, el olor real, la comunicación no verbal o el sabor de la piel, son insustituibles en la constitución de una experiencia verdadera, auténtica y potente y determinarán la calidad con la que vivimos una relación emotiva.
Hay quien por miedo a sufrir, no vive. Y como dijo Goethe, “la renuncia es un suicidio cotidiano.”
Ángela Gual.